“Afirmar la existencia de un objeto –dice Albert Jacquard- es admitir que podría no haber existido; equivale, por tanto, a imaginar que sólo existe debido a un suceso, su origen, que le ha dado su ser:”[1] El origen – refiere Roque Barcia-, es el “hecho” anterior de donde proceden las cosas; las causas, la “fuerza” activa que la produce; el principio, la primera “verdad” que explica el objeto de estudio de una ciencia; y, el comienzo, el “instante” en que por primera vez aparece tal o cual cosa.
En este contexto, averiguar el hecho universal, el suceso único, el abuelo de toda la familia de los sistemas contables, el cáliz que contiene todas las gotas de la doctrina de la contabilidad, no parece nada imposible. Nada imposible, si es que nos situamos arbitrariamente en algún punto del tiempo y del espacio que consideramos último, dado que la palabra “origen” refleja en la realidad una interminable sucesión de hechos que sugieren la búsqueda incesante del “origen”… del “origen”…del “origen; así por ejemplo, si remontamos el origen de un ser humano cualquiera sea, encontraremos que no está señalado precisamente por su nacimiento, puesto que ello no es más que un episodio de una historia iniciada mucho antes. “El bebé que nace es la continuación del feto, prolongación, por su parte del embrión, resultado éste de la proliferación de las células a partir del huevo primordial.”[2] El origen es, pues, en este caso, la concepción, que por cierto no tiene carácter instantáneo, sino, que evidencia más bien la prolongación de una interminable sucesión de “hechos”, que concatenados podrían conducirnos hasta el instante mismo del big bang; por lo que, ingenuo resultaría pensar que la contabilidad de súbito surgió un buen día.
Nada de eso sucedió. El origen de la contabilidad como actividad práctica del hombre, debemos husmearlo en el curso de la extensa y aún imprecisa trayectoria de la humanidad, vale decir, desde que el hombre busca agruparse y conforma la horda hace unos 25 mil años, aproximadamente. Es allí, que, en algún inhóspito lugar del bosque, impulsado por la noción de propiedad y provisto de alguna filuda lasca, el hombre cual “tenedor de libros” hace una muesca para grabar en la base de algún frondoso árbol que circunda el refugio del grupo itinerante, el inventario del arsenal con el que la organización llevaría a cabo la caza de las grandes fieras. Lo propio, harían más tarde mediante grabados, los grupos trashumantes, para registrar el inventario de sus ganados allá en los muros de las cavernas donde pernoctaban durante sus largas travesías en busca de pasturas. Ídem hizo la tribu, que valiéndose de la escritura, “hombres bien letrados” llevaban la cuenta de las armas y las vituallas necesarias para la conquista de territorios y naciones
Como actividad práctica del hombre, la contabilidad ha tenido que ver -como muchas otras disciplinas científicas- con la curiosidad empírica, el saber vulgar y la práctica experimental. En consecuencia, si hurgamos en la historia de las civilizaciones, podríamos toparnos fácilmente con su origen, sus causas y sus antecedentes. Más, como disciplina científica, inapropiado resultaría buscar tal origen y tales causas, porque, sabido es que las ciencias no se construyen a partir de los citados precedentes, sino, de una primera verdad llamada principio.
En consecuencia, resultaría inapropiado referirnos, a las causas o a los orígenes de la contabilidad como disciplina científica, en equivalencia a la palabra principio, porque no se trata de la fuerza anterior y activa que ha hecho posible la aparición de la contabilidad, ni se trata tampoco del hecho anterior de donde la contabilidad procede, se trata aquí, de explicar la primera verdad, a partir de la cual se ha construido la estructura científica de esta disciplina; vale decir: su objeto de estudio, su historia, doctrina, teoría y tecnología.
Pero, a lo que si podemos referirnos con toda propiedad, es al comienzo de la contabilidad. Porque el comienzo de una ciencia se refiere al instante primero de su divulgación. Cabe anotar sin embargo, que el vocablo comienzo y el vocablo principio en el ámbito de las palabras se comportan como perfectos sinónimos; más, en el campo técnico, científico y filosófico su significación resulta enteramente diferente. El comienzo –escribe Barcia- se refiere a la letra y el principio a la doctrina. En este sentido –dice-, el escrito de un loco tiene comienzo, pero no tiene principio. Esto, porque no tiene un fin determinado; carece de objeto, de un propósito deliberado, y de una intención discreta; intención que no se concibe sin un pensamiento y una moral.
Por cierto, que el comienzo de una ciencia puede ser un principio rudimentario o incluso ignorante. Más, el principio es siempre un comienzo sabio, en razón, de que toda curiosidad científica es aletocéntrica (aleté: verdad), es decir, se orienta a desentrañar lo más profundo y universal que albergan las cosas y los “hechos”.La contabilidad -que duda cabe-, como actividad práctica del hombre, tiene origen, causas y antecedentes; más, como disciplina científica tiene un principio y un comienzo.
[1] JACQUARD, Albert. Pequeña Filosofía para no filósofos. Galaxia Gutenberg. Barcelona. 1998.
[2] Op cit.
En este contexto, averiguar el hecho universal, el suceso único, el abuelo de toda la familia de los sistemas contables, el cáliz que contiene todas las gotas de la doctrina de la contabilidad, no parece nada imposible. Nada imposible, si es que nos situamos arbitrariamente en algún punto del tiempo y del espacio que consideramos último, dado que la palabra “origen” refleja en la realidad una interminable sucesión de hechos que sugieren la búsqueda incesante del “origen”… del “origen”…del “origen; así por ejemplo, si remontamos el origen de un ser humano cualquiera sea, encontraremos que no está señalado precisamente por su nacimiento, puesto que ello no es más que un episodio de una historia iniciada mucho antes. “El bebé que nace es la continuación del feto, prolongación, por su parte del embrión, resultado éste de la proliferación de las células a partir del huevo primordial.”[2] El origen es, pues, en este caso, la concepción, que por cierto no tiene carácter instantáneo, sino, que evidencia más bien la prolongación de una interminable sucesión de “hechos”, que concatenados podrían conducirnos hasta el instante mismo del big bang; por lo que, ingenuo resultaría pensar que la contabilidad de súbito surgió un buen día.
Nada de eso sucedió. El origen de la contabilidad como actividad práctica del hombre, debemos husmearlo en el curso de la extensa y aún imprecisa trayectoria de la humanidad, vale decir, desde que el hombre busca agruparse y conforma la horda hace unos 25 mil años, aproximadamente. Es allí, que, en algún inhóspito lugar del bosque, impulsado por la noción de propiedad y provisto de alguna filuda lasca, el hombre cual “tenedor de libros” hace una muesca para grabar en la base de algún frondoso árbol que circunda el refugio del grupo itinerante, el inventario del arsenal con el que la organización llevaría a cabo la caza de las grandes fieras. Lo propio, harían más tarde mediante grabados, los grupos trashumantes, para registrar el inventario de sus ganados allá en los muros de las cavernas donde pernoctaban durante sus largas travesías en busca de pasturas. Ídem hizo la tribu, que valiéndose de la escritura, “hombres bien letrados” llevaban la cuenta de las armas y las vituallas necesarias para la conquista de territorios y naciones
Como actividad práctica del hombre, la contabilidad ha tenido que ver -como muchas otras disciplinas científicas- con la curiosidad empírica, el saber vulgar y la práctica experimental. En consecuencia, si hurgamos en la historia de las civilizaciones, podríamos toparnos fácilmente con su origen, sus causas y sus antecedentes. Más, como disciplina científica, inapropiado resultaría buscar tal origen y tales causas, porque, sabido es que las ciencias no se construyen a partir de los citados precedentes, sino, de una primera verdad llamada principio.
En consecuencia, resultaría inapropiado referirnos, a las causas o a los orígenes de la contabilidad como disciplina científica, en equivalencia a la palabra principio, porque no se trata de la fuerza anterior y activa que ha hecho posible la aparición de la contabilidad, ni se trata tampoco del hecho anterior de donde la contabilidad procede, se trata aquí, de explicar la primera verdad, a partir de la cual se ha construido la estructura científica de esta disciplina; vale decir: su objeto de estudio, su historia, doctrina, teoría y tecnología.
Pero, a lo que si podemos referirnos con toda propiedad, es al comienzo de la contabilidad. Porque el comienzo de una ciencia se refiere al instante primero de su divulgación. Cabe anotar sin embargo, que el vocablo comienzo y el vocablo principio en el ámbito de las palabras se comportan como perfectos sinónimos; más, en el campo técnico, científico y filosófico su significación resulta enteramente diferente. El comienzo –escribe Barcia- se refiere a la letra y el principio a la doctrina. En este sentido –dice-, el escrito de un loco tiene comienzo, pero no tiene principio. Esto, porque no tiene un fin determinado; carece de objeto, de un propósito deliberado, y de una intención discreta; intención que no se concibe sin un pensamiento y una moral.
Por cierto, que el comienzo de una ciencia puede ser un principio rudimentario o incluso ignorante. Más, el principio es siempre un comienzo sabio, en razón, de que toda curiosidad científica es aletocéntrica (aleté: verdad), es decir, se orienta a desentrañar lo más profundo y universal que albergan las cosas y los “hechos”.La contabilidad -que duda cabe-, como actividad práctica del hombre, tiene origen, causas y antecedentes; más, como disciplina científica tiene un principio y un comienzo.
[1] JACQUARD, Albert. Pequeña Filosofía para no filósofos. Galaxia Gutenberg. Barcelona. 1998.
[2] Op cit.